Pensar que estamos solos en este Universo ya tiene merito, es una cuestión de probabilidad (mas bien probable) que entre las millones de estrellas haya una parecida a nuestro sol que de cobijo y vida a una roca con unas cuantas condiciones, así explicado parece sencillo, ¿no?... pero es que, no es mucho más complejo, es solo una cuestión estadística.
Pero no nos vayamos tan lejos, los seres humanos somos caprichosos por naturaleza y no solo creemos ser el eje sobre lo que todo ha de girar, sino que no nos damos cuenta de la cantidad de vida y efervescencia que brota a nuestro alrededor...
Un día en la playa, es temprano, todavía no ha llegado nadie y nuestro primer pensamiento es: que bien, ¡estamos solos!... ¡¿qué?!, ¿se te ha ocurrido pararte a pensar que un terroncito de tierra alberga mas microorganismos que habitantes tiene el planeta?
Pones un pie en el mar... ¿sigues pensado que estas solo?, ¿y la cantidad de animales, algas, bacterias, y demás seres que se pueden encontrar incluso a cada gota desde la orilla hasta el horizonte? Bueno, dejemos el mar... no es necesario irse tan lejos...
Todos los días cuando salimos de casa nos encontramos el mismo árbol en la entrada, apenas nos percatamos de su presencia a menos que el viento agite sus ramas o caiga "algo" de su copa... como no caer, si un árbol está lleno de bichejos, de nidos, de palomas con sus respectivos parásitos...
Si diéramos unos pasos por una calle cualquiera y nos fijáramos de verdad, veríamos la cantidad de insectos que hay; hormigas, abejas. Alguna araña tejiendo...
Pero no, vayamos más cerca (que se puede...) el mismo aire que respiramos a diario, a cada bocanada, contiene virus, esporas...
La cama en la que dormimos tan tranquilos por las noches está repleta de millones de ácaros (si el colchón tiene algún año, habrá hasta jerarquías...).
Es normal que nos cueste asimilar y ver la cantidad de (a veces diminutos, otras no tanto, la ballena azul no se deja ver fácilmente...) seres que pululan a nuestro alrededor...Pero... ¿y los que no están a nuestro alrededor? ¿los que forman parte de nosotros? sin bacterias, sin millones de bacterias campando a sus anchas en nuestro intestino no podríamos vivir, sin miles de microorganismos anclados en nuestra lengua tampoco...por no hablar de nuestro inconsciente, que a veces parece llevar otra vida ajena a la nuestra.
Y lo curioso de todo es que... ¿solo somos los seres humanos aquí en la tierra los que somos conscientes de nuestra existencia?, ¿de veras podemos afirmarlo?...
lunes, 27 de septiembre de 2010
Y si grito... ¿alguien me escuchará?
viernes, 10 de septiembre de 2010
El mar, dulce mar...
Es por la tarde, el sol está a punto de despedirse por hoy, la brisa es suave, constante pero suave, agradable y más aun ese regusto a salitre que va dejando a su paso.
Me encuentro en un rompeolas, en el rompeolas de Gijón, es curioso; cuando lo ves a lo lejos no te dice nada, es sólo una mole de cemento apilada en medio del agua, ¿acaso alguien podría pensar en algún momento que al asomarse a su borde podría descubrir tanta belleza?
Se encuentra al final del puerto, un poco alejado del paso natural, si vas ahí es porque vas adrede, adrede a disfrutar de la calma, del silencio... a pesar de estar en un emplazamiento concurrido, con una carretera muy cerca, cuando te asomas...no oyes nada más que las olas, la cadencia puntual de las olas, solo notas las vibraciones en la piedra de millones de litros golpeando la roca, la humeda y fría roca...todos los sonidos se los traga el mar...todo ruido ajeno se lo lleva el mar cada vez que crece, cada vez que cede. Alguna gotita salpica, la notas en la cara; fría resbalando poco a poco hasta que decides cortar su trayectoria.
Hoy hay suerte y el mar está crecido; suficiente para que las olas rompan en la piedra en la que estás y escaso para empaparte de arriba a abajo, hoy es de esos días en los que todo está perfecto; el sol que se va deja su pequeño rastro de luz sobre el agua, rastro que parece moverse con el movimiento, rastro cada vez más debil, más tenue.... Gaviotas, siempre hay gaviotas, siempre su sonido tan caracteristico...ni siquiera ese graznido, otrora insoportable es capaz de enturbiar el paisaje, que no solo se siente con un sentido, sino que participan los cinco; lo hueles, lo ves, lo tocas, lo escuchas y si impides que la gotita siga su destino... lo saboreas...
Puedo estar horas sentada sobre la piedra, mirando, escudriñando, intentando comprender la melodía del mar, intentando descifrarla, intentando volar sobre él sin moverme... disfrutando de cada acometida y notándola cada vez más lejana...y es que, la marea ha bajado, el sol se ha ido (para dejar paso a la luna, que tampoco pierde su oportunidad y baña con su luz al mar), y a mí se me ha hecho corto como siempre.
Volveré, seguro que volveré, el mar me acoge como si fuera mi casa y... ¿quién me dice a mí que un día no forme parte de él?, aunque lo que es seguro es que al final del camino, a él vovelré...
Me encuentro en un rompeolas, en el rompeolas de Gijón, es curioso; cuando lo ves a lo lejos no te dice nada, es sólo una mole de cemento apilada en medio del agua, ¿acaso alguien podría pensar en algún momento que al asomarse a su borde podría descubrir tanta belleza?
Se encuentra al final del puerto, un poco alejado del paso natural, si vas ahí es porque vas adrede, adrede a disfrutar de la calma, del silencio... a pesar de estar en un emplazamiento concurrido, con una carretera muy cerca, cuando te asomas...no oyes nada más que las olas, la cadencia puntual de las olas, solo notas las vibraciones en la piedra de millones de litros golpeando la roca, la humeda y fría roca...todos los sonidos se los traga el mar...todo ruido ajeno se lo lleva el mar cada vez que crece, cada vez que cede. Alguna gotita salpica, la notas en la cara; fría resbalando poco a poco hasta que decides cortar su trayectoria.
Hoy hay suerte y el mar está crecido; suficiente para que las olas rompan en la piedra en la que estás y escaso para empaparte de arriba a abajo, hoy es de esos días en los que todo está perfecto; el sol que se va deja su pequeño rastro de luz sobre el agua, rastro que parece moverse con el movimiento, rastro cada vez más debil, más tenue.... Gaviotas, siempre hay gaviotas, siempre su sonido tan caracteristico...ni siquiera ese graznido, otrora insoportable es capaz de enturbiar el paisaje, que no solo se siente con un sentido, sino que participan los cinco; lo hueles, lo ves, lo tocas, lo escuchas y si impides que la gotita siga su destino... lo saboreas...
Puedo estar horas sentada sobre la piedra, mirando, escudriñando, intentando comprender la melodía del mar, intentando descifrarla, intentando volar sobre él sin moverme... disfrutando de cada acometida y notándola cada vez más lejana...y es que, la marea ha bajado, el sol se ha ido (para dejar paso a la luna, que tampoco pierde su oportunidad y baña con su luz al mar), y a mí se me ha hecho corto como siempre.
Volveré, seguro que volveré, el mar me acoge como si fuera mi casa y... ¿quién me dice a mí que un día no forme parte de él?, aunque lo que es seguro es que al final del camino, a él vovelré...
miércoles, 1 de septiembre de 2010
Con permiso de Shakespeare
Lo leo cada poco, mejor dicho, lo releo... y cada vez que lo hago me parece descubrir un matiz diferente.
Espero que disfrutéis de este pequeño y genial (porque no va reñido) monólogo, todo el mundo conoce el inicio, pero al leerlo entero, es cuando tienes la oportunidad de apreciar la idea en su conjunto, una idea que no olvidemos es del siglo XVII y parece tan moderna, tan de ahora, tan de siempre...
Shakespeare, va por ti:
¡Ser o no ser: esta es la cuestión! ¿Qué es más elevado para el espíritu: sufrir los dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?
¡Morir..., dormir, no más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir..., dormir! ¡Dormir! ¡Tal vez soñar! ¡He ahí el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio! Porque ¿quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple puñal? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos?
Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores alientos e importancia, por esa consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción...
Espero que disfrutéis de este pequeño y genial (porque no va reñido) monólogo, todo el mundo conoce el inicio, pero al leerlo entero, es cuando tienes la oportunidad de apreciar la idea en su conjunto, una idea que no olvidemos es del siglo XVII y parece tan moderna, tan de ahora, tan de siempre...
Shakespeare, va por ti:
¡Ser o no ser: esta es la cuestión! ¿Qué es más elevado para el espíritu: sufrir los dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?
¡Morir..., dormir, no más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir..., dormir! ¡Dormir! ¡Tal vez soñar! ¡He ahí el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio! Porque ¿quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple puñal? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos?
Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores alientos e importancia, por esa consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción...
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