viernes, 10 de septiembre de 2010

El mar, dulce mar...

Es por la tarde, el sol está a punto de despedirse por hoy, la brisa es suave, constante pero suave, agradable y más aun ese regusto a salitre que va dejando a su paso.

Me encuentro en un rompeolas, en el rompeolas de Gijón, es curioso; cuando lo ves a lo lejos no te dice nada, es sólo una mole de cemento apilada en medio del agua, ¿acaso alguien podría pensar en algún momento que al asomarse a su borde podría descubrir tanta belleza?
Se encuentra al final del puerto, un poco alejado del paso natural, si vas ahí es porque vas adrede, adrede a disfrutar de la calma, del silencio... a pesar de estar en un emplazamiento concurrido, con una carretera muy cerca, cuando te asomas...no oyes nada más que las olas, la cadencia puntual de las olas, solo notas las vibraciones en la piedra de millones de litros golpeando la roca, la humeda y fría roca...todos los sonidos se los traga el mar...todo ruido ajeno se lo lleva el mar cada vez que crece, cada vez que cede. Alguna gotita salpica, la notas en la cara; fría resbalando poco a poco hasta que decides cortar su trayectoria.
Hoy hay suerte y el mar está crecido; suficiente para que las olas rompan en la piedra en la que estás y escaso para empaparte de arriba a abajo, hoy es de esos días en los que todo está perfecto; el sol que se va deja su pequeño rastro de luz sobre el agua, rastro que parece moverse con el movimiento, rastro cada vez más debil, más tenue.... Gaviotas, siempre hay gaviotas, siempre su sonido tan caracteristico...ni siquiera ese graznido, otrora insoportable es capaz de enturbiar el paisaje, que no solo se siente con un sentido, sino que participan los cinco; lo hueles, lo ves, lo tocas, lo escuchas y si impides que la gotita siga su destino... lo saboreas...
Puedo estar horas sentada sobre la piedra, mirando, escudriñando, intentando comprender la melodía del mar, intentando descifrarla, intentando volar sobre él sin moverme... disfrutando de cada acometida y notándola cada vez más lejana...y es que, la marea ha bajado, el sol se ha ido (para dejar paso a la luna, que tampoco pierde su oportunidad y baña con su luz al mar), y a mí se me ha hecho corto como siempre.
Volveré, seguro que volveré, el mar me acoge como si fuera mi casa y... ¿quién me dice a mí que un día no forme parte de él?, aunque lo que es seguro es que al final del camino, a él vovelré...

1 comentario:

  1. Muy evocador. La narrativa descriptiva no es mi preferida, pero leyendo esto ¿cómo no trasladarse al propio dique?, casi se diría que se puede tocar el mar, o más bien que él te tocara a ti.

    Una pregunta: ¿eres una mujer?, por tu forma de escribir lo parece, y que conste que no es peyorativo, antes al contrario.

    ¡Felicidades! Cuenta con un nuevo lector. ¿Contaremos nosotros con más de tus historias?

    Asterión.

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